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Respira: La emoción como parte esencial de la salud integral

Cuando hablamos de salud, solemos pensar en el cuerpo: en diagnósticos, tratamientos y cifras biomédicas que indican si algo funciona bien o no. Sin embargo, cada día resulta más evidente que la salud no es completa si dejamos fuera la dimensión emocional. El miedo, la ansiedad, la incertidumbre o la esperanza forman parte de la experiencia de cualquier persona que atraviesa un proceso clínico, y también marcan profundamente el trabajo de quienes la acompañan.
Un escenario que muestra la urgencia de este reconocimiento: En la Región Europea, 1 de cada 6 personas vive con una condición de salud mental y 1 de cada 3 no recibe la atención necesaria para cuidar de ese aspecto tan humano del bienestar (Organización Mundial de la Salud, 2025). Al mismo tiempo, en España, el 20,6 % de la población ha necesitado atención sanitaria por motivos de salud mental en el último año, aunque el acceso no siempre ha sido fluido (Ministerio de Sanidad, 2025).
Estos datos muestran que la salud emocional no es un asunto periférico, sino un eje central del bienestar humano. Y si esto es cierto para la sociedad en general, lo es aún más para el ámbito clínico, donde las emociones de pacientes y profesionales se entrelazan todos los días.
El impacto de la emoción en la recuperación física está ampliamente documentado. Pacientes que reciben acompañamiento emocional presentan mayor adherencia a los tratamientos, menor riesgo de complicaciones y mejores tasas de recuperación. A la vez, equipos sanitarios que cuentan con espacios de cuidado emocional reducen el riesgo de agotamiento, lo que se traduce en una atención más humana, cercana y de calidad.
La realidad es que la emoción acompaña a cada diagnóstico y a cada tratamiento, aunque a veces pase desapercibida. Cuando un paciente recibe un espacio para expresar su miedo o aprender a regular la ansiedad, gana confianza y fortaleza. Y cuando un profesional de la salud cuenta con recursos para manejar la presión diaria, se protege a sí mismo y, al mismo tiempo, ofrece un cuidado más sereno y presente. En ambos casos, la emoción actúa como un puente invisible que mejora la experiencia clínica.
El cuidado emocional también influye en la relación entre el sistema sanitario y la sociedad. Pacientes que se sienten escuchados muestran más confianza hacia el centro que los atiende, cumplen con mayor constancia sus tratamientos y se vinculan de manera positiva con el proceso de recuperación. De la misma forma, los profesionales que cuentan con apoyo emocional trabajan con más motivación y menos rotación, lo que garantiza continuidad en la atención y estabilidad en los equipos.
El programa Respira, no surge como un complemento, sino como una respuesta a esta necesidad urgente. Su propuesta recuerda que la salud integral solo es posible si miramos al ser humano en toda su complejidad. Detrás de cada síntoma hay una historia emocional, y el verdadero cuidado ocurre cuando esa historia es escuchada y acompañada. Integrar la gestión emocional en entornos clínicos no es una opción de futuro: es un compromiso inaplazable del presente.